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jueves, 3 de mayo de 2012

¿Por qué el zumo de naranja sabe tan mal después de cepillarse los dientes?

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Si aún no lo habéis probado, tenéis suerte. Pero si os cepilláis los dientes nada más levantaros y, a continuación, os servís un zumo de naranja, comprobaréis que sabe a rayos, a metal, y no a zumo de naranja. Una sensación que no se percibe con otra clase de alimentos. Así pues, ¿qué tiene de especial el zumo de naranja y la pasta dentífrica?

El culpable es el laurilsulfato sódico, un detergente espumoso presente en la mayoría de los dentífricos. Esta sustancia colapsa temporalmente las membranas externas de las células gustativas, y también altera algunos de los receptores.

Dos de los mayores expertos en la interacción zumo de naranja-pasta dentífrica son Linda Bartoshuk, profesora de odontología de la Universidad de Florida, y John DeSimone, fisiólogo de la Virginia Commonwealth University. Ambos realizaron una serie de estudios en los que constataron que el zumo de naranja tiene elementos fácilmemente detectables en el sabor: la acidez, el dulzor y un toque amargo. El laurisulfato parece especialmente proclive a embotar los receptores del dulzor y bloquear así el sabor de la fructosa, el azúcar en un zumo de naranja.

La pasta de dientes, sin embargo, no interfiere con las papilas gustativas que detectan sabores ácidos y amargos. Generalmente, el ácido cítrico segrega un cierto sabor ácido, pero sin la fructosa, ese sabor queda realzado, y el intenso amargor del ácido predomina sobre el resto.

¿Cómo contaminan tus empastes dentales?

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Durante décadas, los dentistas de todo el mundo han estado empleando una amalgama que contiene mercurio para empastar las caries de nuestra dentadura. No es una forma elegante de atajar con el problema (al sonreír, muchos parecen Tiburón, aquel villano gigantón de James Bond), pero es lo que había.

El problema de esta clase de empastes tan generalizados, sin embargo, no es su estética metalúrgica sino que constituyen una fuente de contaminación.

El mercurio contenido en esta amalgama es relativamente inofensivo. Pero solo si hablamos de una boca individual. El problema llega cuando fallecemos y decidimos que nuestro cuerpo sea cremado, y cuando esa idea la tienen otras millones de personas del mundo. Entonces el mercurio del empaste se libera y se suma a la nube de mercurio que surge de las chimeneas de las centrales térmicas alimentadas con carbón, tal como denuncia Tim Flannery en su libro Aquí en la Tierra:

Sube a lo más alto de la atmósfera y es probable que acabe cayendo en algún mar remoto. El mercurio permanece en su forma elemental mientras se encuentra en la superficie del océano iluminada por el sol. Pero, con la ayuda del mismo plancton y el mismo krill que absorben las partículas radiactivas, pronto llega a las profundidades abisales, y allí se transforma en una modalidad altamente tóxica denominada metilmercurio. Nadie sabe exactamente cómo se produce esa transformación, pero es probable que las bacterias desempeñen un papel significativo.

El principal problema del metilmercurio es que es absorbido con facilidad por los seres vivos, y en los peces y mariscos se bioacumula (penetra en los tejidos y permanece allí). Es decir, que si un pez se come cien krills, ingerirá una dosis multiplicada por cien.

Y así va subiendo por la cadena alimentaria marina, hasta que los depredadores más grandes, como los tiburones y los peces espada, acumulan niveles peligrosos de mercurio. ¿Y quién se come los tiburones y los peces espada? El máximo depredador y el depositario último de cualquier cosa que se bioacumule: el ser humano.

Fórmula matemática para evitar los ojos cerrados en una foto de grupo

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Hoy en día la tecnología nos evita el problema de que, en una fotografía en grupo, haya uno o dos que aparezcan con los ojos cerrados, como repentinamente atrapados por el sueño. Por ejemplo, una cámara Digital HD de Samsung, cuando está en el modo Smile Shot, no solo permite captar tu sonrisa, sino que la detección de parpadeo prohíbe hacer una fotografía mientras la persona tenga los ojos cerrados. Si la cámara detecta que la persona está parpadeando antes de hacer la fotografía, realiza tres tomas en rápida sucesión para captar al menos una foto con los ojos abiertos.

Si no disponéis de tecnología, entonces podéis recurrir a una fórmula matemática desarrollada por un oficial de comunicación de CSIRO (agencia científica nacional australiana), Nic Svenson, y por un físico, Piers Barnes, que además obtuvieron el IgNobel de matemáticas en 2006 por este trabajo.

La fórmula es: 1/1 (1 – xt) n.

Es decir, el número de parpadeos por segundo (x), la velocidad de obturación de la cámara más la duración de un parpadeo medio (t), y el número de personas en el grupo (n). Solo hay que sustituir por las propias cifras, y disparar la foto.

Barnes adaptó la fórmula a una regla más simple para decidir el número de fotos a tomar en grupos menores de 20: con buena luz, hay que dividir el número de personas entre tres; con poca luz, entre dos (con una velocidad de obturación para conseguir una mejor exposición, hay más tiempo para el parpardeo).

¿Por qué las tiras de luces navideñas acaban en nudos gigantes?

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A veces parece que haya duendes. Como al intentar desenredar el cable de unos auriculares que han permanecido demasiados días dentro de nuestro macuto: si nadie los ha tocado, ¿cómo es posible que ahora tengan tantos nudos casi inextricables? Y ya no digamos cuando llega Navidad, y sacamos de la caja las tiras de luces navideñas, que han permanecido durante todo un año allí dentro. Sencillamente parece que durante ese año, el cable ha estado disputando una batalla. Hay nudos, nudos sobre nudos, y finalmente todo es una gran bola de complejidad.

Un siglo de investigaciones en teoría de nudos ha confirmado que no hay duendes sino que los nudos son una fuerza imparable de la naturaleza.

Un primer método para clasificar nudos consiste en calcular el “orden” del nudo, que es el número de veces que la cuerda se cruza consigo misma. Por este sistema se ha llegado a saber que sólo hay un nudo con 3 cruces, 2 con 5, 3 con 6, 7 con 7, 21 con 8, 49 con 9 y 165 con 10. En 1998 se determinó, con la ayuda de ordenadores, que existen un total de 1.701.936 nudos con 16 cruces o menos.

Para que se formen nudos, los ingredientes son sencillos: una cuerda con un extremo suelto, un bucle y un poco de movimiento para empujar dicho extremo por su interior. Muchos de nosotros enrollamos las luces para almacenarlas, lo cual crea varios bucles en los cabos sueltos conforme las luces van yendo de un lado para otro de la bolsa o armario donde las guardemos.

Pero basta un poco de incentivo para que el caos llame a la puerta, tal y como hicieron el biofísico de la Universidad de California en San Diego, Douglas Smith, y su colaborador, Dorian Raymer, que hicieron girar de una en una cuerdas de diversas longitudes en una caja, como calcetines en una secadora. En cuestión de segundos se hizo un nudo en cada cuerda. Tras 3.000 intentos, los investigadores identificaron hasta 120 tipos de nudo, y sus simulaciones por ordenador predijeron que si el experimento continuaba indefinidamente, crearían un infinito número de nudos supercomplejos.

Como es el movimiento lo que genera los nudos, hay algunos trucos para evitarlos. Primero: eliminar los cabos sueltos anudando ambos extremos entre sí. Luego apretar bien al empaquetar. Y Colocarlas en un lugar donde no haya que moverlos. Con todo, Andrew Belmonte, profesor de matemáticas de la Universidad de Pensilvania, propone una idea un poco más excéntrica: colgar las tiras de luces navideñas como si fueran salchichas, así seguro que se evitará el movimiento que genera los nudos.

Y ahora me voy a desenredar mis auriculares para salir de casa. Usaré la intuición, porque los matemáticos Joel Hass y Jeffrey C. Lagarias estudiaron como hacer lo propio con las tiras de luces navideña o hallar el número de pasos necesarios para enderezar una cuerda enredada formando un lazo… y el resultado obtenido es un número enorme y nada práctico: una cuerda con N cruces la podremos desenredar en menos de 2 elevado a cien mil millones por N. Una operación que nos puede llevar un tiempo superior a la edad del Universo, pero en un número finito de pasos, que es lo importante.

 

Fuente xatakaciencia.com

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